Cuento corto por Ben Zider
José Tapia y Ernesto Covarrubias eran dos excelentes amigos. Durante el verano, José decidió viajar a la playa por algunas semanas durante sus vacaciones. Ignoraba completamente que su amigo del alma, Ernesto, también iría al litoral durante esos días, para visitar a su hermano Juan Covarrubias.
Al llegar, José se hospedó en un hotel ubicado en la calle 21 de Mayo de la ciudad de Viña del Mar. Mientras que Ernesto hizo lo propio en casa de su hermano, ubicada en la misma localidad. A la mañana siguiente, Ernesto decidió dar un paseo por la playa. Había mucha gente y una suave brisa sacudía las olas del mar. Caminando por la orilla, vio a lo lejos a su amigo José. Sorprendido, corrió a su encuentro. Todavía no estaba muy seguro de que fuera él cuando fue el mismo José quien lo reconoció y se precipitó hacia él dándole un fuerte abrazo.
– ¡Ernesto! No pensé encontrarte aquí. Creí que habías viajado a otra playa-. Éste, contento de verle, respondió:
– Yo también. Pensé en ir a Cartagena, pero después me arrepentí y vine a visitar a mi hermano Juan.- José, le dijo entonces:
– Te invito esta noche para que celebremos juntos. Conozco un buen bar.
– ¡Claro!- Contestó Ernesto riendo y tras lo cual, ambos amigos se fueron por la playa juntos hacia la ciudad.
Al llegar la noche, se reunieron en un bar ubicado en un angosto y profundo callejón. Bebían grandes vasos de cerveza mientras disfrutaban de apetitosos platos criollos. Se encontraban platicando festivamente, cuando de pronto un hombre anciano, se presentó frente a su mesa.
– Buenas noches, caballeros. Mi nombre es Gerardo Cáceres ¿Puedo sentarme con ustedes?
Los dos amigos, se miraron extrañados. El viejo era de baja estatura y se veía un tanto rechoncho. Su vestimenta y aspecto, sin embargo, eran las de un hombre humilde. Luego de un instante de silencio, ambos lo invitaron cordialmente a compartir su merienda. Gerardo les aseguró que vivía solo y que estaba desempleado desde hace varios meses. Según les dijo, la gente no lo estimaba mucho. Incluso sus vecinos lo despreciaban.
-Soy un hombre sincero y estoy sólo- les dijo.
José, intrigado, le preguntó por qué no le daban trabajo en aquel lugar. Gerardo respondió tartamudeando:
-Es que la gente me tiene miedo. Creen… Creen que soy un brujo, un ser sobrenatural.- Ernesto se largó a reír a carcajadas.
-¿Y eso es verdad?- Preguntó a su tiempo José quien también se reía.
– Sí, es verdad. No lo niego- Respondió. José y Ernesto creyeron que estaba borracho o drogado o algo por el estilo y se burlaron de él por largo rato.
– Si ustedes vienen esta noche a mi casa- les dijo el anciano- les demostraré que digo la verdad enseñándoles lo que puedo hacer.
Con estas palabras, los dos amigos quedaron mudos de impresión. Sin embargo, aceptaron la invitación. El viejo, antes de irse, les indicó donde estaba su casa, acordando juntarse allí a la media noche.
Siguiendo el camino que les había señalado Gerardo, Ernesto y José llagaron hasta su casa. Era una choza destartalada que se levantaba cerca de la orilla del mar y próxima a unos profundos acantilados. El viejo los invitó a pasar y a sentarse en torno a una mesa de mimbre que había allí. No tardó en iniciar la sesión de magia sentándose junto a ellos. Les pidió a los dos amigos que se concentraran. Al principio, las cosas que pasaban no despertaban el interés de Ernesto y de José, pero después, a medida que transcurría el tiempo, comenzó lo sobrenatural. De pronto todo empezó a dar vueltas alrededor de la mesa donde se encontraban: las sillas, los muebles, la estufa, la cama. Ambos amigos se aterrorizaron al ver tan insólito espectáculo. A esto, se sumaron unas extrañas risas que parecían venir de todas partes. Eran macabras carcajadas con voces de mujeres y hombres. Luego de unos segundos, ambos amigos se horrorizaron aún más cuando vieron que el viejo Gerardo se levantaba de la mesa y con una risa diabólica, su cara sufría una metamorfosis horrible: Se transformó en el ser más horripilante que se haya visto. José y Ernesto estaban tan fuera de sí por el terror, que si no fuera porque huyeron velozmente de la choza, hubieran sufrido seguramente un colapso.
Muy trastornados, ambos amigos corrieron rápidamente desorientados por la espesura de la noche. Aquella criatura los perseguía incansablemente hasta que finalmente, los dos se precipitaron por el acantilado cayendo el mar.
Al día siguiente, fueron encontrados vivos en la playa semi-ahogados. Estaban muy perturbados mentalmente y la policía dispuso que se quedaran en un centro de salud. Como no lograron recuperar la cordura, al poco tiempo fueron llevados a un manicomio donde se quedarían para siempre. No reconocían a sus amigos ni a familiares. Jamás se supo del viejo Gerardo, quien seguramente, había vuelto al más allá, de donde era su procedencia.
Escrito en 1987.