«Astromía»

Apuntes de un aficionado.
Por Ben Zider

Desde niño me interesó la astronomía. Pero las circunstancias, me llevaron a dedicar mi vida profesional a otras ciencias más «terrenales» , aunque nunca dejé de ser un aficionado a las estrellas y los planetas.

En este relato, cuento la historia de mi interacción con esta fantástica disciplina, como una bitácora de acontecimientos que se entremezclan con vivencias personales, sentimientos y reflexiones respecto a un área del conocimiento que siempre me ha cautivado.

Si te has pasado horas y horas mirando el cielo estrellado, preguntándote las cosas más alocadas al respecto, sabrás a que me refiero.

  1. Estrellas y Planetas.

Para las personas que tenemos la fortuna usar la vista sin problemas, contemplar el cielo nocturno, es un privilegio sobrecogedor. Al menos para mí. Imagino que muchos de nuestros ancestros tuvieron sensaciones similares. No por casualidad se dice que la astronomía es la ciencia más antigua. La observación de los astros y su movimiento constante, permitió a los primeros agricultores, conocer el momento exacto para sembrar y cosechar, y brindó a los antiguos navegantes, la orientación necesaria para desplazar sus naves a través de los mares. Así, el firmamento funcionó como un preciso reloj y una carta de navegación indispensable, en los albores de la civilización. Observación y conocimiento que con el pasar del tiempo, sentaron las bases de lo que, posteriormente se conocería como astronomía.

Las certera impresión que me viene a la memoria cuando miré las estrellas por primera vez, fue la frase «si las apuntas con el dedo, te saldrán verrugas» que alguien mencionó en una conversación lejana de verano (el miedo, ese poderoso enemigo de la curiosidad siempre presente). Y también recuerdo claramente cuando mi amigo de infancia Mauricio Díaz en una noche, sentados en la puerta de mi casa, me dijo: «Mira esa estrella que está ahí es una gigante roja y explotará como una supernova». Se refería a Betelguese, la estrella alfa de la constelación de Orión. En efecto, Betelgeuse volvió a hacer noticia el 2020 por la misma razón que Mauricio mencionó hace 37 años atrás: Curiosamente los científicos dan por sentado que esta gigante roja, explotará muy pronto como supernova, aunque «muy pronto», es una frase relativa en el contexto astronómico (mi amigo Mauricio siempre fue un adelantado leyendo sobre estas cosas).

Descubrir que las estrellas cambiaban de posición con el transcurso de los meses, fue un asunto fascinante para un chico de 11 años como yo. Tenía mucha curiosidad por mirar directamente las diferentes constelaciones que solían aparecer en los mapas del cielo publicados en los diccionarios de antaño, almanaques y otros textos de la época. Como en mi familia ya captaban que me gustaba el asunto de ser «astrónomo», mi amado papá me sorprendió la navidad de 1984, al regalarme mi primer libro de astronomía. Para mi sorpresa, el texto incluía extensas páginas de mapas estelares con nombres, coordenadas y una gran cantidad de objetos celestes descritos con detalle. La guía perfecta para la observación del cielo. Justo lo que necesitaba. Un regalo que hasta el día de hoy, conservo y comparto con mis hijos. Un invaluable legado de su abuelito. (El libro se llama «Las Estrellas y Planetas» del autor Robert Kerrod, publicado en 1979)

Fue así como, desde finales de 1984 y durante todo 1985, me dediqué a observar el cielo noche tras noche. Por obra y magia de mi querido cuñado, Leo Medina, quien siempre me incentivó por los caminos del saber, llegaron a mis manos los primeros prismáticos. La ventaja de estos instrumentos sobre los telescopios caseros de mediano rango, es la amplitud de su campo de visión estereoscópica, y la mayor cantidad de luz que captan, mostrando, por ende, una imagen más brillante de las estrellas. En los meses de verano, no había problema subir por una escalera al techo y ver las constelaciones, nebulosas y cúmulos estelares desde ahí. Era cómodo y agradable. El problema era en invierno, cuando el frío helaba las manos y el vaho solía empañar los cristales del instrumento.

A mediados de la década de los ochenta, el país comenzaba a vivir tiempos agitados. Eran constantes los cortes de luz y los apagones nocturnos. Vivir en una ciudad extensa como Santiago, y no tener siempre la posibilidad de escapar a alguna zona de menor contaminación lumínica, dificultaba la ubicación y observación nítida de objetos interesantes. Pero cuando ocurrían estos inmensos apagones, era una oportunidad única para distinguir con mayor nitidez los cuerpos celestes. La Vía Láctea solía aparecer en toda su extensión, como una mancha de leche salpicando el cielo de norte a sur, tal como la describieron los antiguos griegos. En la Cruz del Sur, se notaba con nitidez la nebulosa oscura Saco de Carbón, mientras que Orión, mostraba mucho más que solo las cuatro estrellas principales y las Tres Marías. Mi espíritu de niño, disfrutaba mirar el cielo en esas contadas noches oscuras, sin saber que tal oscuridad, también se apoderaba del alma de muchos habitantes de mi país, en una época difícil para la gran mayoría.

2. La bendita TV

La televisión es sin lugar a dudas, uno de los medios de comunicación más revolucionarios inventados por el hombre. Como instrumento, puede servir efectivamente para educar, entretener, informar y entregar cultura. Pero también, puede ser una poderosa herramienta de coerción y manipulación al servicio de intereses particulares, como ha quedado ampliamente demostrado en la historia.

He oído muchos testimonios de gente que se dedicó a la ciencia porque en su infancia, fue influenciada o motivada por este medio, es decir, espacios científicos o series de ciencia ficción, que fueron cruciales a la hora de optar por una carrera del área. En la televisión de los años 80, en Chile, los programas culturales no eran muy abundantes, pero los pocos que se transmitían, solían ser de buena calidad. Yo tenía cierta afinidad por la astronomía gracias a mi gusto por la ciencia ficción: caricaturas, dibujos animados, revistas y películas. Pero lo que terminó por acercarme aún más a ella, fue el proyecto televisivo de un astrónomo gringo que Canal 13 (En esa época Corporación de Televisión de la Pontificia Universidad Católica de Chile) estrenó con bombos y platillos a mediados de 1982.

Y no era para menos. El programa ya había ganado tres premios Emmy en 1981 cuando se estrenó en Chile. Me refiero a la serie de televisión Cosmos, creada y conducida por el astrónomo estadounidense Carl Edward Sagan, en colaboración con su esposa Ann Druyan y el también astrónomo Steven Soter. Recuerdo claramente la expectación que me produjo al ver el anuncio del nuevo programa en la TV, donde aparecía la imagen de una gigantesca galaxia en un fondo oscuro. Contaba los días con impaciencia para presenciar su estreno. A mis nueve años, tenía la impresión que sería algo grandioso. Y para mí lo fue, sobre todo el primer capítulo. Presentado con mucha formalidad por el periodista estrella del área científica en ese momento, Hernán Olguín, (quien brillaría con luces propias con su magnífico programa Mundo, al año siguiente). El episodio estreno, fue de las cosas más fascinantes que jamás haya visto en la televisión hasta ahora.

Esas imágenes de ensueño, donde Sagan nos hacía viajar a bordo la «nave de la imaginación», atravesando nebulosas, galaxias y polvo estelar, acercándose a planetas y estrellas, me impactaron profundamente. Incluso recuerdo que dibujé un comic, emulando esas mismas escenas. Como si aquellos efectos visuales fueran poco, la música que los acompañaba, exaltaban aún más los sentidos. Las melodías sintetizadas, de Vangelis le otorgaban a las escenas un aire de magestuosidad increíble. (Desde entonces, soy un fans de la música de este insigne músico griego). Curiosamente años después, en 2003, con mi esposa María Paz, asistimos a un concierto en el Planetario de la Universidad de Santiago, dedicado a Vangelis y su música, mientras se proyectaban imágenes del cosmos. Me recordó mucho ese primer episodio de la serie. Ironicamente, fue la primera vez que visité el único planetario con el que cuenta el país hasta ahora. (Años después, volvería a visitarlo cuando asistí a una chara del profesor Jose Maza Sancho).

Los capítulo siguientes, sin embargo, resultaron un poco más complejos para mí, pues a los 9 años, aún había conceptos históricos o descripciones de biología que no entendía del todo, y muchos de esos episodios, me parecieron francamente aburridos. (Solo años después, cuando estaba en la universidad, y el profesor de fisiología señaló que Cosmos era el mejor libro de divulgación científica que existía, volví a ver y apreciar la serie completa. Y después de leer el libro, le encontré toda la razón a aquel profesor).

No tengo la menor duda que esta serie, así como muchas otras que la bendita TV transmitió a lo largo de los años, acercaron la ciencia a la gente. Y en un país como el nuestro, en una época difícil para la cultura, Canal 13 dio el batatazo. Y otro más grande daría al año siguiente, como señalé, el gran periodista Hernán Olguín con la serie Mundo 83, acompañado por la inolvidable instrumentación de otro grande de la música, Mike Olfield.

3. Terrestres-extra

No sé exactamente cuando, pero debe haber sido entre 1983 y 1984, cuando vi por la televisión (sí, otra vez la televisión), un reportaje sobre los ovnis. No tengo en la memoria mayores detalles, pero recuerdo claramente que era un producto gringo. En él, hablaban de los avistamientos desde 1947, mostrando gran cantidad de fotografías. Repasaron los famosos signos aparecidos en los campos de cultivo y fue allí donde escuché por primera vez sobre el proyecto libro azul (un programa secreto del gobierno de los Estados Unidos para investigar el fenómeno OVNI desde los años cincuenta). Sí bien, como dije antes, tenía nociones de astronomía y seres del espacio, gracias a los dibujos animados y series de ciencia ficción que se transmitían en esa época (aunque no había visto la Guerra de las Galaxias, sí engullí completa la Guerra de los Mundos y otras series y películas en la tv), este reportaje transmitido por la televisión, marcó un antes y un después en mi interés por los ovnis.

Tal fue la curiosidad que despertó el tema en mi cabeza, que comencé a recortar desde el diario, todas las noticias que aparecían sobre platos voladores. (Diario que religiosamente mi papá solía traer a casa desde el trabajo, por cierto). Llegue a juntar una gran cantidad de recortes, entre notas de prensa, entrevistas y reportajes más extensos, como jugando a emular un poco, el libro azul de los gringos. Leyendo esta información, aprendí que había gente que se dedicaba enserio al estudio del fenómeno. También aprendí que los ovnis se catalogaban según su morfología (platos, cilindros, puros, bolas, etc.) y además, entendí la razón de esa extraña clasificación de los avistamientos o encuentros, en primer, segundo o tercer tipo. Recuerdo que compartí esta inquietud con algunos amigos del barrio, entre ellos Rodrigo Osses y Francisco Labarca. Y también les propuse armar un grupo para «estudiar» el fenómeno. Teníamos hasta el nombre: Centro de Estudios de Ovnis (CEO), pero la idea nunca prendió, pues nuestras prioridades a los 9 y 10 años eran jugar al futbol, ir a los «flippers» y divertirnos. Sin embargo, algún tiempo después, la propuesta varió y en vez de dedicarnos solo a los ovnis, creció un poco más para englobar todo lo referente al espacio. Fue así como la O, se cambió por la A y el grupo se transformó en «Centro de Estudios Astronómicos» o CEA. El primer club de astronomía al que pertenecí.

Mi interés particular por el fenómeno ovni, nunca ha mermado. Recuerdo claramente el revuelo que provocó en el país el avistamiento de un par de objetos brillantes a plena luz del día en los cielos de Santiago. Hasta en la televisión en directo, fueron mostrados, en el programa Sábado Gigante. La fecha, agosto de 1985. La prensa de la época, controlada por la dictadura militar, le dio como bombo en fiesta al asunto, (y en general inflaban cualquier noticia que distrajera a la ciudadanía de la realidad política y social que vivía el país) y publicaron una gran cantidad de notas, dibujos, esquemas y especulaciones sobre el asunto, pero nunca una respuesta certera. Por un tiempo, el fenómeno ovni adquirió gran popularidad y en todas partes se hablaba de ello. Después de eso, no volví a tener presente el tema hasta 1994, cuando en una clase de salud pública en la universidad, una profesora, cuyo nombre no recuerdo, se puso a hablar de asuntos distintos a la materia tratada. En un instante, contó que, un viejo trabajador de la NASA, había confesado antes de morir, que lo de Roswell y el área 51 eran verdad. Trabajador que era conocido de un pariente de ella. A mí me sonó a mito urbano. Pero lo cierto es que con mi compañero de clases Ángel Vergara, nos quedamos mirando y dijimos al unísono «fascinante», imitando al Sr. Spock de la serie Star Trek.

Con Ángel hicimos patente nuestra afición al fenómeno ovni y temas relacionados durante los años noventa. Fuimos a una charla dada por ufólogos chilenos, en la facultad de ingeniería de la Universidad de Chile (primera y única vez que conocí por dentro el edificio de calle Baucheff). También asistimos a una conferencia impartida por Sixto Paz Wells, en el teatro Caupolicán. Y otra dada por el ecuatoriano Jaime Rodríguez en el Centro Cultural Gabriela Mistral – GAM (quién también tuvo un programa de televisión en Chile sobre el tema). En todas ellas, aprendimos cosas interesantes, conocimos visiones distintas, y palpamos la pasión con la que estas personas divulgaban el fenómeno. Lo mismo percibimos al escuchar semanalmente, el programa radial «Mundo Espacial» del locutor Patricio Varela, quizá el investigador nacional de mayor trayectoria en el estudio de los ovnis en Chile. (No lo conocí personalmente, pero sí intercambié algunos emails con él a comienzo de la década del 2000).

Sí bien, siempre mantuve una postura crítica sobre el fenómeno, Ángel abarcó una dimensión más amplia, incluyendo la espiritual, que me pareció positiva por los mensajes de buena intenciones que se contextualizaban. No obstante, mi posición actual, concuerda con lo que recientemente se ha dicho: Los ovnis, entendiéndolos como objetos voladores no identificados, existen, tal como lo manifiestan los registros liberados por las fuerzas armadas de distintos países recientemente, entre ellas, el Pentágono. Según Alexander Went, científico alemán que ha abordado abiertamente el fenómeno, entre el 80 al al 90 por ciento de los avistamientos podrían explicarse de manera convencional. Pero ¿el otro 10 o 20? Ahí es donde la ciencia no ha podido (¿o no ha querido?) indagar más a fondo. Testimonios de encuentros con alienígenas, secuestros, avistamientos, etc, se cuentan por cientos de miles, tal como lo comunicaba Patricio Varela en su programa radial desde los años 60. O los reportajes sobre casos que mostraba Patricio Bañados  en la serie de televisión OVNI en los 2000. Y por supuesto los que siguen apareciendo hoy. Testimonios que, a medida que transcurre el tiempo y la gente cuenta con más y mejores medios para documentar y adquirir información, han contribuido a ejercer una presión incontenible para que el fenómeno sea tomado en serio de una buena vez, y no se trate de ocultar, como muchos ciudadanos del mundo han denunciado durante décadas.

4. Un Club de Astronomía

A mediados de los ochenta, no recuerdo exactamente de donde sacamos la idea de hacer un club de astronomía. ¿Lo habremos visto en alguna revista? ¿En la TV? ¿Por qué no un club deportivo, que eran más populares, si pasábamos jugando a la pelota? Era cierto que me gustaba está ciencia, pero no pensé que el asunto trascendiera en realidad. Después de descartar los ovnis, durante vacaciones de verano, el 21 de enero de 1985 para ser exacto, lo conversamos con Rodrigo Osses, y ese mismo día, por la tarde, lo fundamos. El club pasó a llamarse Centro de Estudios Astronómicos o CEA y recuerdo que hasta lo dejamos por escrito en alguna parte.

A los pocos días, se lo dijimos a Mauricio Díaz, y lo invitamos a ser parte del proyecto. El entusiasmo prendió y en alguna ocasión, nos reunimos los tres para lanzar ideas de lo que sería el «centro». Hablamos hasta de tener una casa club y como conseguir dinero para construirla. Un año antes, en Santiago, se había lanzado con bombos y platillos, (hasta con propaganda en la televisión), una emisora de radio dedicada solo a los niños. Se llamaba Mundo Nuevo, y se ubicaba en el dial AM. Ese mismo verano, escuché ahí, un programa en dedicado a la ciencia, que se transmitía diariamente, como las 11 de la mañana.Un chico como de nuestra edad, habló del viaje a la luna realizado por el Apolo XI. Entusiasmado, lo escuché, hasta que me di cuenta que sólo estaba leyendo una nota del Icarito. En ese instante pensé que nosotros, teniendo un club de astronomía, podríamos hacer algo más que solo ir a leer el Icarito a una radio. No recuerdo exactamente cuando, pero nos contactamos con la emisora por teléfono y les dijimos que queríamos participar en el programa de ciencias.El asunto fué que el 22 de febrero de 1985, un mes después de darle vida al club, concurrimos a los estudios de la radio Mundo Nuevo, ubicados en calle Estado número 115, piso 13, en un furgón de la familia de Mauricio. Fuimos Rodrigo, Mauricio y yo. Nos acompañó la mamá de Mauricio y mi hermana Angélica, pues éramos menores de edad.

El edificio era antiguo y tenía muchas oficinas. Recuerdo que esperamos un rato en el pasillo, antes de que nos hicieran pasar a la cabina. Habían otros chicos afuera y mientras aguardabamos nuestro turno, conversamos con ellos y recorrimos el piso curioseando. El programa duraba una hora. Y cada invitado tenía solo unos minutos para hablar de alguna materia científica (había que darles espacio a todos). Pero ese día fue excepcional. Como éramos un club de astronomía, (algo novedoso para los productores del programa), nos dejaron toda la media hora final exclusivamente para nosotros. La conductora, una señorita muy simpática, cuyo nombre no recuerdo, así nos lo hizo saber.

Cuando entramos, cundían los nervios entre nosotros (era cuestión de mirarles la cara a mis amigos). Un gran micrófono pendía del techo del estudio, mientras la conductora anunciaba nuestra presencia al aire. «Ahora tenemos un grupo de amigos de San Bernardo que vienen a hablarnos de astronomía. Ellos tienen un club que se llama…»De este modo, Rodrigo, Mauricio y yo nos presentamos y hablamos durante media hora de nuestro club, más que de astronomía en realidad. La locutora nos hacía preguntas y nosotros íbamos respondiendo. Recuerdo que en la casa de Rodrigo, su familia grabó todo el programa en casette. Ese documento de audio «histórico» lo escuchamos muchas veces, como no creyendo que, tan sólo un mes después de crear el club, ya estábamos haciéndonos «famosos».

Después de eso, en nuestras casas captaron que lo del club de astronomía era algo más que solo un juego. El hermano chico de Mauricio, Daniel Díaz, también se animó a ingresar y posteriormente, en algún momento de 1985, lo hizo mi primo David Romo. Cómo él vivía en otro sector de Santiago, nuestra comunicación era por correo o a través de las visitas familiares que solíamos hacernos mutuamente. Así, los miembros del CEA ya éramos cinco.

En el invierno de ese año, Daniel vió que en un programa de televisión infantil de la época, llamado «Oreja, Pestaña y Ceja», hacían una invitación a los chicos para visitar el observatorio astronomico Manuel Foster, ubicado en la cumbre del cerro San Cristóbal en Santiago. El recinto, hoy monumento histórico, en esa época aún prestaba servicio para la observación astronómica. Sin dudarlo, con Daniel escribimos una carta al programa a nombre de los cinco miembros, solicitando ser considerados en la visita. Semanas después, llegó un fax devuelta, dirigido a Daniel y David, dónde nos confirmaron la invitación. La fecha de visita al observatorio, sería el 24 de septiembre por la tarde. Sin saberlo, la carta que enviamos, también fue publicada en la revista «Oreja Pestaña y Ceja», que circulaba en todo el país. Mi nombre y dirección aparecieron en la sección de cartas, como «galácticos» se interesan en la astronomía. Lo supimos meses después, porque un chico de Iquique leyó esa revista y se contactó con nosotros por carta.

En las semanas previas a la visita, con Daniel (y también Mauricio, creo), pensamos en un logo para el club. Cómo en la radio Mundo Nuevo nos habían regalado el suyo autoadhesivo, consideramos que nuestro club también debía tener uno. El dibujo de un observatorio que dijera CEA en el telescopio, fue una de las ideas. Pero finalmente escogimos el triángulo, con la sigla CEA en su interior, seguramente porque era más sencillo y fácil de hacer.

Mi hermana Cecilia, que hacía tejidos nos confeccionó una insignia triangular de género a cada uno. Mientras nosotros, las hicimos a mano pero en papel autoadhesivo.

Con ansiedad, esperabamos la visita. Era la primera vez que que conoceríamos un observatorio astronómico. El sueño dorado para alguien como yo, que gustaba de mirar el firmamento con prismáticos, y a esa altura, ya se sabía la posición de todas las constelaciones visibles desde esta parte del mundo. Cuando llegó ese martes de septiembre, me fijé que habría luna llena, pero que también algunas nubes que amenazaban con estropear la observación. A la visita concurrimos Mauricio, Daniel y yo. Ni David ni Rodrigo pudieron asistir, por diversas razones.—– ( Aquí necesito algún comentario de David al respecto).
Nos acompañaron los padres de los hermanos Díaz. Todos los chicos invitados a la visita, unos 10 más sus acompañantes, nos juntamos en la casa central de la Universidad Católica, ubicada en Alameda con Portugal. Ahí abordamos un minibús que nos llevó a la cima del cerro. Cuando arribamos, ya era de noche. Nos recibieron un par de personas, un astrónomo y un asistente. Luego de una charla sobre la historia del observatorio y el sistema solar, el asistente procedió a abrir la cúpula girando una manivela. Apagaron las luces interiores y tal como en las películas, el techo se abrió y el astrónomo apuntó el gran telescopio al cielo. Luego de enfocar la luna, nos invitó a subir una pequeña escalera y mirar a través de él. Cómo temía, el cielo no estaba completamente despejado esa noche. Había nubes que de vez en cuando cubrían la luna. Cuando me tocó subir a observar, me pegué en el ojo con el borde del instrumento. Y cuando traté de mirar, solo ví una mancha borrosa de luz. Esa fué decepcionante primera vez que miraba por un telescopio profesional. Daniel aprovechó de regalarle al astrónomo uno de los autoadhesivos del club que habíamos hecho a mano contándole que teníamos un club de astronomía. Luego de eso, nos despedimos de ellos y todos los visitantes volvimos al minibús, que raudamente, nos llevó cerro abajo de regreso a la casa central de la Católica.

Jens Jurgensen era el nombre del chico de Iquique, que por el mes de noviembre de ese año, nos escribió una carta muy entusiasta diciéndonos que también le gustaba la astronomía. Lo comentamos con Daniel y David. Estuve a punto de responderle con otra misiva cuando me llegó, semanas después, una segunda carta de él explicándome de dónde había obtenido nuestros datos. Incluso nos envió la página original de la revista Oreja Pestaña y Ceja que contenía nuestro aviso, (ahí recién nos enteramos que nos habían publicado en ella). Con David, convinimos en contactar a la otra chica que aparecía junto a nosotros en la sección «galácticos» , pues vivía cerca de su casa. Pero nunca respondió la misiva que mi primo le mando. Sin embargo, desde entonces, con Jens comenzamos a tener un fluido intercambio de correspondencia con mucha información sobre astronomía, convirtiéndose Jens, en el sexto miembro del grupo.

—aquí algún comentario de Jens, al respecto para enriquecer el relato ???—

Dentro del club, hicimos varias cosas. Teníamos una especie de cuaderno de estudio, donde anotábamos las materias astronómicas que íbamos «estudiando» en cada sesión. O también escribíamos sobre otros asuntos de interés para nosotros: ovnis, biografías de grandes científicos, etc. Con David, incluso creamos una especie de «departamento de cohetería», donde intentamos enviar artilugios a la estratósfera. David diseñó y construyó su propio cohete a base de fuegos artificiales. Daniel y yo hicimos lo mismo por separado. Pero ambos intentos por alcanzar las estrellas, terminaron en rotundos fracasos.
Como no resultó lo de los cohetes, tratamos de enviar a la estratósfera insectos en globos de helio. No recuerdo si llegamos a realizar el experimento. Pero si que lo planeamos con lujo de detalles, planos y hasta con el costo monetario.
Las cartas que Jens nos enviaba desde Iquique, siempre contenían material de astronomía interesante, recorte de revistas, biografías etc. David y yo le respondíamos en el mismo tenor.
Con mi primo también intercambiábamos cartas, ya que en ese tiempo era lo más cómodo y expedito ante la imposibilidad de desplazarnos a nuestros hogares por cuenta propia, pues aún éramos muy chicos.
Pero si hubo un momento en que todos los miembros, exceptuando a Jens, nos reunimos de cuerpo presente, en mi casa. Fue la semana del 21 de enero de 1986, y nos juntamos para celebrar el primer aniversario del CEA. Estuvieron Mauricio, Daniel, Rodrigo, David y yo, junto a mi familia. Recuerdo que, a parte de la merienda acostumbrada, compramos una botella de champagne para celebrar, la cual se agotó muy rápido. La pasamos bien.

Mil novecientos ochenta y seis era el año del cometa Halley. Después de 76 años, el famoso cuerpo celeste volvía a acercarse a la tierra. Recuerdo claramente que los medios de comunicación le dieron amplísima cobertura al fenómeno. Se publicaron reportajes en el diario, revistas, libros, etc. Y los noticiarios de la televisión no dejaban de monitorear la noticia paso a paso, a medida que el cometa hacía su debut en los cielos chilenos. Con toda la esa expectativa creada, y las muchas referencias que se hacían al paso del cometa en 1910, varios de mis amigos del CEA y yo, creímos que al mirar al firmamento, veríamos algo espectacular. Pero no. El cometa Halley lo vi desde el patio de la casa de Daniel, con unos binoculares. Y lo que vimos fue una manchita luminosa diminuta, sin cola ni cabellera, muy diferente a las espectaculares fotos en blanco y negro de comienzos del siglo 20. Sin embargo, lo más llamativo, fue que la ingeniería aeroespacial había avanzado tanto en ese entonces, que la humanidad envió sondas al encuentro del Halley. Y la que más se acercó fue la sonda Giotto, de la Agencia Espacial Europea, que analizó de cerca la composición química del cometa.

El club de astronomía duró hasta 1988, último año en que mantuve correspondencia con Jens. En ese período, Rodrigo se mudó de barrio, lo mismo que los hermanos Díaz, quienes además, enfocaron su interés en asuntos artísticos. Yo me centré en responder en mi nuevo colegio (Instituto Nacional) aunque en lo personal, nunca perdí el interés de seguir aprendiendo astronomía, llegando a considerar seriamente, dedicarme profesionalmente a ella.